Jueves, 28 de marzo de 2024

Un Sansón y Dalila chapucero

En esta ocasión se intentó hacer un esfuerzo y se consiguió un elenco, en principio de primer nivel, con la mezzo canaria, Nancy Fabiola Herrera,  el tenor británico Stuart Skelton, que nos deleitó temporadas atrás con un magnífico Peter Grimes, como Sansón, el lujo de Miguel Ángel Zapater en el papel del Viejo Hebreo y el retorno del siempre recordado barítono Carlos Álvarez, al que tantas noches inolvidables le debemos, todo ello bajo la batuta del también retornado por estos lares, Maximiano Valdés, quien dirigiera en tiempos pasados nuestra OSPA. Con estos mimbres la expectación era máxima y el sueño de vivir un climax  artístico de esos que producen un pellizco doloroso en el estómago- especie de variante del síndrome de Stendhal- parecía al alcance de la mano.

Pero como suele suceder a menudo en la vida, la realidad viene con su dureza a romper aquello de lo que ya creíamos estar en posesión.

La representación comenzó alentando las expectativas, Maximiano Valdés se rencontró con la que había sido su orquesta como si el tiempo no hubiera pasado y nos regaló un momento de suma belleza con la exquisita obertura  en la que la frase musical que sustenta la armazón armónica del pasaje se repite obsesivamente, como un presagio del peligro que puede encerrar la vana belleza, el pasaje orquestal es contestado por el coro hasta formar una especie de dúo que se eleva hacia lo alto como una manifestación de la lucha interior del hombre entre sus apetencias terrenas y su añoranza de lo sagrado. Es uno de los pasajes más logrados de la obra en el que el autor, el compositor francés Camille Saint-Saëns, se acerca más a la forma musical del oratorio que a la ópera. Quizá haya sido el motivo de su incomprensión hasta el punto de que tuvo que esperar dieciséis años para ser representada en París. Fue Liszt el primero en valorarla y promover su representación en Weimar.

Pero antes ya habíamos recibido el primer chorro de realidad, cuando por la megafonía se nos anunció que el tenor programado no estaba en condiciones de abordar el papel por una afección y que sería sustituido. ¡Vaya contrariedad! En estos casos después de la inevitable desilusión, suele acometernos la esperanza de que el sustituto sea una revelación. Todo dentro de la normalidad de lo imprevisible de la representación teatral; lo que ya no estaba dentro de lo esperable es que el tenor que no podía interpretar el papel de Sansón sin embargo iba a actuar, mientras el sustituto cantaba desde el lateral con lo que era perfectamente visible para media parte del aforo. Nunca había visto nada igual, un tenor de renombre y probada solvencia haciendo una especie de play-back que no era tal ya que no se trataba de su voz grabada sino de la de un tercero ¿A quién se le habrá ocurrido semejante chapuza? Humillar a un profesional endilgándole una burda farsa, no encuentro otro calificativo más suave para su simulacro de actuación, mientras pone la voz otro que permanece semi-oculto, no es tolerable. La escusa que se dio era que el sustituto no se sabía el papel, y es verdad que cantó toda la velada con la partitura en la mano, pero con lo "imaginativos" que son ahora los directores de escena ¿No pudieron idear alguna estratagema que nos hubiera evitado el bochornoso espectáculo? Es curioso que cuando la innovación es verdaderamente necesaria esta brilla por su ausencia, es decir, lo de siempre, la falta de talento, que en ocasiones como esta es inescondible.

El tenor suplente, Dario di Vietro, sino entendí mal, porque no se menciona el cambio en el folleto-programa- estuvo más que aceptable vocalmente, con una voz bien colocada, tersa, de color homogéneo, con un fraseo muy correcto y una emisión potente a la que sólo cabría objetar la ausencia de armónicos en algunos agudos del comienzo y poca seguridad en los pasajes medios. En conjunto estuvo por encima de la corrección y casi podría afirmarse que fue un hallazgo.

Nancy Fabiola Herrera, al igual que sucedió hace dos temporadas en el Werther, no encontró su día en Oviedo. El papel de Dalila es muy exigente tiene las arias más bellas de la obra, de gran poder evocador y sensual, sobre todo en la que habla de la llegada de la primavera, pero para lograr sacar lo máximo hay que dominar tanto la zona de los agudos como muy especialmente los graves, porque sólo de esa manera se puede transmitir la esencia del personaje, su perfidia, su engaño, su ira, su odio y su sarcasmo; en el dominio vocal y sonoro de la escala es donde reside el alma del personaje, la acentuación de ese contraste de color define el alma de Dalila. La intérprete no lo logró ni de lejos, estuvo mejor al principio en el aria primera nada más salir a escena en la que este contraste no es tan acusado y donde logró unos pianos muy bien ejecutados, pero luego estuvo muy por debajo de lo esperado, también en el dúo con el tenor y muy especialmente con el barítono. En ocasiones la intuíamos más que la oíamos y también apareció un desagradable vibrato en algunos agudos.

Carlos Álvarez volvía después de muchos años y de haber sufrido una grave indisposición que lo tuvo alejado de los escenarios largo tiempo. Asumió el papel de sumo sacerdote del dios filisteo Dagón, un papel complejo y de lucimiento. Salvo por la belleza del timbre y la buena emisión de la voz, nada recuerda lo que fue este cantante hasta el punto de que si no hubiera sabido que era él no le habría reconocido. En recuerdo de los inolvidables momentos que nos brindó no quiero decir nada más salvo desearle que poco a poco vaya recuperándose y llegue a ser aquel que una vez nos hizo sumergirnos en la belleza con mayúsculas.

Alex Sanmartí como Abimelech estuvo especialmente bien, es un papel muy pequeño pero exigente que ejecutó con brillantez.

Miguel Ángel Zapater como el Viejo Hebreo nos embriagó con la belleza de su timbre y  la homogeneidad de su color de bajo auténtico así como con la línea melódica de su canto, siempre expresivo, bien acentuado y de ágil y delicado fraseo. Es una pena que ya no tenga la capacidad vocal de otros tiempos.

Gonzalo Quirós,  Albert Casals y Javier Galan como mensajero filisteo y primer y segundo filisteo estuvieron correctos.

El coro brillo a su máxima altura y fue la columna vertebral de la representación que nos resarció de tanta decepción.

La OSPA se reencontró a si misma bajo la batuta de Valdés y nos regaló lo mejor de Saint-Saëns: sus emotivas y bellísimas melodías que elevó por encima del adocenamiento en que es fácil caer con este compositor.

La Escena de Curro Carreres situando la historia bíblica, muy distorsionada y debilitada por el libretista Ferdinand Lamaire, en una intemporalidad exótica no quitó ni añadió, estuvo aceptable y no fue molesta lo que ya es mucho decir en estos tiempos de directores "primas donnas"

La escenografía de Antonio López, muy lúgubre tuvo momentos que rozaron el mal gusto como la casa de Dalila una especie de cárcel en la que la cama evoca a una piscina de urbanización de los años sesenta de medio pelo.

De la parte bailada prefiero no opinar, expertos tiene este arte a los que no me atrevo a emular. La desnudez de la pareja protagonista no entiendo que aportaba salvo el eterno afán por "escandalizar" cuando ya nadie es capaz de ello y la reiteración del intento sólo produce aburrimiento.


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