Jueves, 25 de abril de 2024
no aprenden
Un barbero rasurado por la escenografía
El barbero de Sevilla, del compositor italiano Gioachino Rossini, es un título que siempre es bien recibido por la gracia, la inspiración y la alegría que irradia su música. Se dice que Beethoven profetizó; "en tanto exista la ópera italiana, el Barbero de Sevilla será representada". De manera que con tal partitura y una trama muy bien montada, llena de momentos cómicos, lo que hoy llamaríamos gags, a partir del la obra homónima de Baumarchais sólo es necesario contar con unos intérpretes que estén a la altura de las circunstancias para pasar una velada verdaderamente deliciosa.
A noche no fue culpa de los músicos y cantantes que esta circunstancia no se produjera sino de una escenografía y una dirección de escena que lo mejor que se podía hacer con ellas era relegarlas al más "amnésico" de los olvidos pero lejos de ello tuvimos que soportarla por segunda vez en nuestro teatro, ya que no se trataba de nada novedoso sino que se repetía porque los que dirigen los destinos de la ópera ovetense, no contentos con el fracaso que cosechó hace unos años, lejos de tratar de aprender de los errores insisten en ellos con fruición.
La obra comenzó con mal pie, la obertura, ejecutada correctamente por la OSPA bajo la batuta de Ottavio Dantone, sin embargo pecó de lentitud en la ejecución lo que transmitió sensación de pesantez, opacidad y falta de brío, lo contrario del espíritu rossiniano tan leve, juguetón y en ocasiones endiabladamente alegre. Fue un traspies pasajero porque, una vez introducidos los cantantes en escena, el director pareció "despertar" y condujo a la orquesta por senderos totalmente acordes con el espíritu y el tempo de la obra, hasta su conclusión, logrando incluso momentos de gran calidad. Es de justicia destacar el solo de Guitarra que ejecutó Carmen Cuello acompañando al tenor, la tersura y potencia de su sonoridad fueron un regalo
El elenco de voces puede afirmarse sin miedo a equivocarse que superaron de largo el listón de la corrección.
Destacó entre todos el protagonista, Daibor Jenis, en el papel de Fígaro, quien nos regaló una versión sólida, bien trabajada, con un fraseo muy conseguido, sobre todo teniendo en cuenta que el tiempo y la brevedad de la anotación constituyen en ocasiones un verdadero tormento para el intérprete. Estuvo más que aceptable en el aria del comienzo "largo al factotun della città" pero fue cada vez a más para llegar a lo notable en los concertantes. Este barítono tiene un instrumento magnífico pleno de potencia sonora, uniformidad de color, con dominio tanto de graves como de agudos, una buena colocación de la voz y una gran seguridad en la emisión. Hacía mucho que no oíamos un barítono de esta calidad ni en este papel ni en nuestra ópera.
Bogdan Mihai como conde de Almaviva desempeñó su rol con carencias pero con aciertos. Tiene una bellísima voz de tenor lírico-ligero pero le falta caudal sonoro. En la serenata "Ecco ridente in cielo" que le dedica a su amada con el sólo acompañamiento de la guitarra, una melodía de intensa belleza, destacó en el agudo y en el sentimiento pero le falló en ocasiones el fraseo y sobre todo la acentuación de los pianos que fueron casi inaudibles así como los graves de su partitura. Pero si trabaja estos aspectos y además ahonda en el dominio de la técnica, lo que le permitirá aumentar el volumen de emisión, puede llegar a convertirse en un tenor muy interesante.
Carmen Romeu como Rosina no pasó de la corrección, tiene una voz bien timbrada y colocada pero le faltó acentuación, matices, agudos más claros y graves más poderosos sobre todo en el aria "Una voce poco fa", para ejecutarla tal como Rossini la escribió hace doscientos años para su mujer, la española Isabel Colbrán, una mezzo que poseía unos agudos muy poderosos, poco habituales en su tipo de voz. En los concertantes mejoró y no desmereció de su magnífico compañero de reparto. Hay que decir en su descargo que tener que cantar la exigente aria del comienzo en una postura muy forzada sentada en una cama y simulando que se depila las piernas puede impedir que la intérprete dé lo mejor de sí misma.
Enric Martinez-Castignani fue un Don Bartolo de gran nivel, su papel de aguafiestas oficial, un vejete que pretende casarse con el "bombón" de su pupila para quedarse con su dinero es de lo más desagradable, salvado por el toque cómico que el autor le infundió y que Enric supo captar y hacerlo llegar mucho más allá de lo convencional. El único pero, es que su físico en absoluto parece el de un viejo y la caracterización no hizo nada para darle credibilidad.
Don Basilio, el intrigante profesor de música de Rosina, interpretado por Carlo Malinverno fue de los más flojos del elenco, es un papel de bajo con matices cómicos pero que requiere una voz imponente, no olvidemos que fue interpretado por Chaliapin, entre otros de los más grandes bajos de la historia, Ni la potencia, ni la dicción, ni el color eran los adecuados
Mercedes Gancedo, por el contrario, aprovechó el único sólo que le encomendó el autor para regalarnos una de las actuaciones más emotivas y logradas en esa aria de inspiración rusa que interpreta casi al final de la representación. Su actuación fue uno de esos momentos emocionantes por lo inesperado de la belleza.
Xavier Mendoza como Fiorello y Enrique Carmona como Ambrogio estuvieron holgadamente a la altura de sus breves intervenciones.
Oscar Castillo con en su frase se hizo notar, mientras que Víctor Leandro Ramírez como notario pasó totalmente inadvertido
El Coro muy reducido en esta obra en cuanto a integrantes brilló a notable altura, volviendo por donde solía, dirigido por Patxi Azpiri
Como ya he ido apuntando a lo largo de estas líneas lo mejor que se puede hacer con la escenografía de esta obra es relegarla al olvido. Es fealdad en estado puro, ni el colorido, opaco, anodino, irrelevante, sin la más mínima alusión a Sevilla: ni encalados, ni flores, ni rejas. Eso sí unas cretonitas floreadas en cortinas y colchas que es de lo más "cutre" que he visto.
Fealdad que se extiende al vestuario que la mayoría de las veces roza en lo grotesco, las vestimentas y los "tupés" a lo Elvis no tienen sentido en el relato, al contrario introducen confusión, puede que ésto haya sido la causa de la mala noche de Carlo Maliverno que ni siquiera fue capaz de mover a la risa ¡Qué decir de la caracterización supuestamente aristocrática del conde de Almaviva! con la chaqueta "clareta" a cuadros, zapatos avellana y foulard ¡Qué joven supuestamente elegante se vistió ni en época de Elvis ni ahora así! Lo único que lograron crear entre todos fue una atmósfera decididamente hortera. Si eso es vestir elegantemente para Julia Hansen debería pedir un curso acelerado con alguno de los grandes diseñadores actuales o con cualquier profesional de la ciudad sin necesidad de ir más lejos.
La escena estuvo tachonada de momentos de mal gusto en abundancia. Esperaba, ya se vio que en vano, que esta vez nos hubieran ahorrado la visión del inodoro o la escenita de la depilación que además, como dije antes, es un atentado contra la cantante, ni siquiera la obsesión mingitoria que obliga a magníficos profesionales a adoptar posturas que en mi opinión son atentatorias contra su dignidad y contra el estómago de los espectadores.
Por desgracia ya conocíamos la producción de Mariame Clément que discurre entre lo "cutre", lo ridículo, como esos pasitos de baile disco setentero con que "realzó" algunos de los concertantes, lo zafio y hasta lo escatológico y que encaja como el zapatito de cristal en el pie de una hermanastra de Cenicienta en la trama de la obra. Fue tal el desaguisado que consiguió ahogar las virtudes de la interpretación musical hasta el punto que una parte del público rechazó injustamente el espectáculo en su conjunto
¡Hasta cuando abusará de nuestra paciencia la actual directiva de la ópera con estas producciones escénicas! Me temo lo peor, parecen poseídos por el espíritu del papanatismo provinciano que se embelesa ante aquello que considera "progre" aunque no lo entienda o le desagrade, todo por la modernidad y encima se permite no sólo no escuchar los sonoros pateos del público sino insultarlo a través de sus periodistas de cámara
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