PEDRO Sánchez puede ganar. Y si lo hace no será por méritos propios ni de su partido, sino por la increíble torpeza de este PP, una más, tal vez la última. Capaz de convertir una victoria a medias en una clamorosa derrota que despeja el campo a sus enemigos jurados y le hace perder la iniciativa como si, en vez del grupo ampliamente mayoritario en el Congreso y con mayoría absoluta en el Senado, fuera una minoría residual e irrelevante.

Sánchez puede ganar porque los odios viscerales en el seno del PSOE, entre éste y la extrema izquierda, de ambos a los separatistas y de éstos a todo lo que sea español, son insuficientes para frenar los apetitos que en todos abre la humillación del PP y la posibilidad de un Gobierno que podría culminar la tarea de ingeniería social y deconstrucción nacional y territorial de España que la crisis impidió coronar a Zapatero. Y ahora sin una derecha que merezca ese nombre y que pueda movilizar a las buenas gentes que sostienen todo este tinglado con sus impuestos y su mansedumbre franciscana. Lo que los enterados presuponen un Gobierno "de progreso" y de corto recorrido puede convertirse con mucha más facilidad que el haber llegado hasta aquí en un ciclo populista en las formas, revolucionario en el fondo, inimaginable hace sólo un par de años.

Lo que parecía una jugada maestra del PP para desatascar el proceso de investidura mediante la declinación de Mariano Rajoy, se ha convertido en una trampa de la que, nos tememos, ya no le dejarán salir. Y es que el único corolario político razonable de esa estrategia era la renuncia de Rajoy y su inmediata sustitución por alguien que no despertase tamaño aborrecimiento y desconfianza no ya en todos los partidos, incluido el suyo, sino en la opinión pública, a derecha e izquierda. El PP se la jugó en las elecciones con un candidato abrasado, incapaz de comprender lo que ha pasado en España en estos años de su nefasta presidencia. Y ahora, después del batacazo sólo amortiguado porque el del PSOE fue aún mayor, esto. El PP que dejó a su electorado en la estacada, ahora ha dejado de pertenecer a su militancia, incluso a sus dirigentes, para unir su suerte a la de un político sin principios, especulador y egocéntrico, cobarde y fracasado. El increíble silencio del partido en este momento es sin duda la peor señal. Amigos y votantes del PP, no digan ruina, digan Rajoy.