Sabado, 18 de mayo de 2024

AYER EN EL AUDITORIO DE OVIEDO

Anne-Sophie Mutter interpretó a Dvorak

          Anne-Sophie es a día de hoy una de las mejores intérpretes de este instrumento a nivel mundial. Fue niña prodigio cuando a los trece años, en 1976, debutó internacionalmente en el festival de Lucerna, y a continuación aparición como solista en los Whitsun Concerts en Salzburgo con el mítico director Herbert von Karajan quien se convertiría en su mentor.

Treinta y cinco años después, aquella niña que asombró al mundo por su talento y precoz maestría se encuentra en su momento cumbre, cuando a los talentos antes citados ha añadido el poso de sabiduría que da la experiencia y la madurez.      

    Hay que reconocer que la naturaleza ha sido extremadamente generosa con ella porque a sus dotes como intérprete se une una imponente presencia física a la que el paso del tiempo parece no afectar. Apareció en el escenario del auditorio ataviada con un soberbio vestido rojo, palabra de honor, hechura que parece ser su predilecta. Estas apreciaciones que no parecen oportunas en un comentario musical son sin embargo parte de la puesta en escena de la artista y más aún un aspecto esencial de su versátil  personalidad.      

    Para su recital en Oviedo eligió el concierto para violín y orquesta en la menor, op.53 B.108 de Dvorak, concierto que  tocará en esta gira también en Alemania y Austria junto con la Orquesta Filarmónica de Berlín, bajo la dirección de sir Simon Rattle y en España con la Orquesta Sinfónica de Galicia, bajo la dirección de Víctor Pablo Pérez. Es evidente que el concierto y la intérprete son los mismos, no así la compañía.     

     El primer movimiento del concierto comienza con un dialogo entre la solista y la orquesta. Las dos primeras frases fueron interpretadas por Anne-Sophie de forma magistral tanto en lo técnico, digitación y manejo del arco como en el “tempo”, en la expresividad que llegó a sonar desgarrada lo que contribuyó  a hacer más evidentes los ecos nacionales que laten en el alma de la partitura, ambas frases son rematadas por una nota extremadamente aguda en la que es especialmente difícil conseguir un sonido limpio y al tiempo expresivo y armónico.

         La orquesta no estuvo a la altura en sus respuestas, le faltó pulso, expresividad. Sonoridad y empaste, y comenzó a dar la sensación parafraseando un dicho popular que era demasiada violinista para tan poca orquesta.   

       El concierto continúa con un largo monólogo del violín en el que la intérprete sacó a relucir toda su gama de recursos expresivos, sacando todas las sonoridades posibles de su instrumento, aquí el director supo situar a la orquesta en su papel de discretísimo “partener”.     

     En el Adagio estuvo intensa en sus sonoridades pero quizá hubiéramos esperado algo más de su inmenso talento. Los instrumentos de viento que tienen su pequeño momento de protagonismo estuvieron algo destemplados especialmente el metal y los oboes y la dirección remarcó estos desajustes retardando en exceso un tiempo lento  “ma non troppo”.  

        El tercer movimiento lo comenzó excesivamente centrada en la ejecución, remarcando su proverbial virtuosismo en pasajes de difícil ejecución y descuidando algo el fraseo interpretativo para  desembocar en un final lleno de matices y tonalidades que fueron desde el lirismo hasta la fuerza o el vigor desgarrado. En definitiva un gran concierto como no cabía esperar otra cosa de una intérprete como Anne Sophie, pero no un concierto memorable, lo sublime que ella es capaz de alcanzar lo dejó para otros escenarios. Solo nos dejó entreverlo en la propina, una partita para violín solo de Bach que fue sin duda lo mejor de toda su actuación donde arrancó sonidos del instrumento que parecen imposibles por el vigor de su sonoridad y potencia.     

     En la segunda parte del concierto oímos la Sinfonía No. 6 en La mayor de Anton Bruckner, también bajo la dirección de Victor Pablo Pérez, este no es un director precisamente elegante pero con los años ha ganado oficio. Nos ofreció una versión digna de esta sinfonía en la que hubo desajustes especialmente en el viento en el primer movimiento.    

      Lo más logrado fue la larga oración que constituye el comienzo del segundo movimiento en la que la intensidad de la misma y la emoción la elevaron a la categoría de súplica, es en nuestra opinión el fragmento más inspirado de la obra, después cae en una especie de laxitud que recrea fielmente los estados por los que pasa el orante y que la orquesta exageró desvirtuando el significado del pasaje.     

     Del tercer movimiento fue el sólo de los violonchelos el pasaje más logrado pues consiguieron aunarse en una sola voz empastada y de color homogéneo. La cuerda, especialmente violonchelos y violas destacaron al contrario del viento que no tiene el mismo nivel de ejecución y de cohesión.     

     El final estuvo desajustado en el tiempo, la sonoridad, la armonía y el empaste. Quizá por ello el público no requirió propina de la orquesta y se marcho velozmente tras los aplausos de rigor.    

      Cósima Wieck


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