Domingo, 17 de agosto de 2025
Carta semanal del Arzobispo de Oviedo
En el adiós de Huesca y Jaca
Queridos amigos y hermanos: paz y bien.
Quedan atrás estos meses de espera en los que hemos pedido unos y otros que el Señor mandase a las Diócesis de Huesca y de Jaca un nuevo Pastor según su Corazón. Y como tal lo reconocimos en el que nos señaló la Iglesia, en la persona del querido hermano D. Julián Ruíz Martorell. Como viene siendo habitual en este tipo de nombramientos, se suscitan un sinfín de expectativas que van desde la curiosidad más inocente hasta el dime-direte de la ideología. Sin embargo, Dios nos envía a este hermano, y que sea bienvenido, como otros fuimos enviados en su día y acogidos por los hermanos.
Esa fue mi propia experiencia al llegar a estas dos Diócesis de Huesca y de Jaca de las que ya me despido, como igualmente al llegar a la Diócesis de Oviedo donde tan bondadosa y fraternamente he sido recibido. .
Con la mudanza ya realizada a la nueva tierra y nueva gente a la que la Iglesia y el Señor me enviaron, no cabe hacer ya más equipaje por mi parte. Porque hay cosas que quedan en el Altoaragón, y otras que las llevo bien dentro. Años imborrables en donde comencé a aprender a ser Obispo, sólo un comienzo para no olvidar que en las cosas importantes siempre seremos novicios. La noble tierra aragonesa, con sus contrastes geográficos, con las alturas de nuestro mejor Pirineo holladas con bota montañera, con sus estepas desérticas en unos cambiados y regados Monegros, con sus villas y pueblos que celan el arte románico en casas, ermitas e iglesias, con los bosques, las nieves, los campos. Es la impronta de una increíble belleza grabada en mis adentros, por la que doy gracias siempre que vuelvo o la recuerdo.
Pero si hermosa es esta tierra, más preciosa ha sido para mí su gente. Noble y directa, tozuda sin ser terca, que no sabe de doblez ni quiere aprenderla. Evidentemente que también he compartido defectos, los míos y los ajenos, porque ninguno somos perfectos ni este terruño es el paraíso terrenal. Laicos comprometidos con su fe cristiana y con una responsable colaboración eclesial, particularmente desde el mundo del trabajo, la solidaridad, la educación, la familia y la vida. Curas sensatos y entregados que no viven de la nostalgia de un ayer inmediato, de la insidia en el presente, ni de la maquinación ante el porvenir, que no alparcean con maledicencia, sino que viven su vocación con serena fidelidad según Dios lo reclama y la Madre Iglesia lo requiere. Consagrados que desde sus respectivos carismas, aportan lo mejor de sí mismos, sus obras evangelizadoras, sus casas y centros, con los que el Señor bendice a su Pueblo en la vida contemplativa de nuestras monjas y en la vida apostólica del resto. Y aunque también he visto a laicos, curas y consagrados de otro corte y guisa, pero estos son los que con gracia y por gracia más y mejor me he encontrado, con una humanidad sin quiebra y con una fe eclesial a prueba de pruebas, que sé lo que digo.
Bien, amigos y hermanos, no es el adiós con estas letras, sino el hasta luego bendito. Lleno de la gratitud por tanto y tantos que inmerecidamente me han ayudado, me han comprendido y perdonado cuando yo no he llegado a tiempo o cuando acaso me he pasado en el intento. Hay nombres tan queridos como inolvidables que quedan en mi alma con rostro de hermano y la complicidad del amigo que nunca fue servil incondicional ni interesado fugitivo.
Esta mi última carta firmada desde Asturias como Administrador Apostólico de Huesca y de Jaca, será publicada cuando en éstas esté entrando el nuevo Obispo. Con los brazos abiertos y el corazón dispuesto, le acojo a D. Julián en el nombre del Señor y con ánimo fraterno. Y como dije al comienzo, de nuevo lo repito: llevadme en vuestro corazón, porque yo en mi corazón os llevo. Recibid mi afecto y bendición,
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo Adm. Apost. de Huesca y de Jaca
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