Miercoles, 06 de agosto de 2025
Carta Semanal del Arzobispo de Oviedo
Domund doméstico: "Queremos ver a Jesús".
Queridos hermanos y amigos: paz y bien.
Es uno de mis recuerdos de la infancia, cuando llegando el domingo del Domund salíamos los chavales del colegio y de la catequesis con aquellas huchas de porcelana en forma de chinito o de negrito, postulando por las calles para que llegase nuestra caridad solidaria al tercer y cuarto mundo donde trabajaban nuestros misioneros. La labor misionera es una de las páginas más hermosas que ha escrito la Iglesia. Pero ser misionero no es algo particular y exótico, fruto de afanes de expansión o reservado a unos pocos llamados a esta vocación especial. Es algo entrañablemente cristiano que a todos nos afecta, y en cada lugar hay un reto misionero donde anunciar a Cristo a nuestra generación, sea cual sea el pueblo y la cultura que tengamos delante.
La verdadera sinfonía del nuevo mundo fue resaltada por Juan Pablo II en Haití, con motivo de los 500 años de evangelización en aquel Continente hermano. Mirando la gesta de tantos misioneros, hizo una llamada de gran envergadura apostólica: “Una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión” (Discurso al CELAM, Puerto Príncipe, 9/3/1983, 3). No se podía seguir anunciando el evangelio con viejas usanzas, y entonces aquel Papa misionero al que el mundo se le hizo pequeño ya desde su Polonia natal, invitó a toda la Iglesia a la "nueva evangelización".
Benedicto XVI acaba de constituir un nuevo Dicasterio en el Vaticano que tiene precisamente por misión esa nueva evangelización. Así dice el Santo Padre al comienzo del motu proprio con el que crea este departamento: “La Iglesia tiene el deber de anunciar siempre y en todas partes el Evangelio de Jesucristo. Él, el primer y supremo evangelizador, en el día de su ascensión al Padre, ordenó a los Apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19-20). Fiel a este mandamiento, la Iglesia, pueblo adquirido por Dios para que proclame sus obras admirables, desde el día de Pentecostés, en el que recibió como don el Espíritu Santo, nunca se ha cansado de dar a conocer a todo el mundo la belleza del Evangelio, anunciando a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, el mismo «ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8), que con su muerte y resurrección realizó la salvación, cumpliendo la antigua promesa” (Benedicto XVI, Ubicumque et Semper, proemio, 21/09/2010).
Este domingo celebramos la Jornada del Domund, esa ventana de esperanza en la que podemos asomarnos a la labor misionera de la Iglesia que no ha dejado de acercar su novedad evangélica buscando en cada momento y delante de cada pueblo y cultura, un modo adecuado de narrar la salvación cristiana que Cristo el Señor, único Salvador, vino a traernos. Con ardor entusiasmado, con método apropiado, con la expresión que mejor se adecue a los que nos dirigimos en nombre de Jesús, debemos salir al encuentro de cuantos lo sepan decir o no, les sucede lo que hace dos mil años embargaba a aquellos griegos que se encontraron con Felipe: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 20ss). Allá en esos mundos lejanos, o acá en nuestro entorno cotidiano, el corazón del hombre busca a Jesús de tantos modos. Bendito sea Dios por nuestros misioneros en el allá de las tierras y pueblos lejanos, y por los misioneros en el acá de nuestros lares, que siguen evangelizando con un ardor, un método y una expresión que acercan la eterna novedad de la Buena Noticia del Señor que la Iglesia anuncia. Un Domund de diáspora y doméstico a la vez, para acercar misioneramente a Jesús, a quien todos quieren ver.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Jesús Sanz Montes, ofm Arzobispo de Oviedo Adm. Apost. de Huesca y de Jaca
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