Jueves, 25 de abril de 2024

Cómo la Ley de Cambio Climático nos empobrecerá en vano

Con la atención pública acaparada por la pandemia, avanza la tramitación de una ley que puede dar el golpe de gracia a las ya muy complicadas posibilidades de recuperación de la economía española. Me refiero al proyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética.

La ley "complementada por el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC)- es puro ecosocialismo: planificación vertical de la economía con la excusa de la "emergencia climática". Compromete a España a unos objetivos de reducción de emisiones de CO2 que superan los solicitados por la Unión Europea. El resultado será el encarecimiento de la energía, con la consiguiente pérdida de competitividad de las empresas y la deslocalización de muchas industrias que no pueden renunciar a los combustibles fósiles. La ley, además, en lugar de potenciar la energía nuclear como alternativa realista al petróleo, el carbón y el gas, apuesta fanáticamente por un futuro energético basado primordialmente en las energías renovables; en lo que se refiere a la generación de electricidad, prevé para 2030 un mix en el que las renovables representarán el 74% (concretamente, de un total de 161 GW de potencia instalada, se pretende que en 2030 50 GW sean de energía eólica, 46 de energía solar y 25 de energía hidráulica; en cambio, a una energía nuclear en proceso de cierre solo se le reservan 3 GW).

Dediqué ya un artículo en Actuall al análisis de los aspectos irracionales de la creencia en la "emergencia climática", que nos es presentada como "el problema más grave al que se ha enfrentado nunca la humanidad". El rodillo mediático-político que impone el "cambio climático antropogénico, acelerado y desastroso" como dogma de fe deja muchos cabos sueltos. El clima siempre ha cambiado y no hay pruebas concluyentes de que el cambio actual sea más rápido, ni de que la acción humana sea su causa principal. El propio proyecto de ley de Cambio Climático y Transición Energética reconoce que se ha producido un calentamiento de aproximadamente un grado "desde la era preindustrial": ¡solo un grado en más de un siglo! El ritmo de ese incremento, además, no muestra correlación alguna con el de las emisiones de CO2: la temperatura aumentó entre 1900 y 1940, cuando las emisiones eran aún insignificantes; descendió ligeramente entre 1940 y 1975 (lo cual hizo que se hablara en los 70 del peligro de una inminente glaciación), mientras las emisiones se disparaban, y volvió a subir entre 1975 y 1998, para casi estancarse entre 1998 y 2014 ("la Pausa") y subir otra vez desde entonces.

Las predicciones catastrofistas de la calentología se han visto desmentidas una y otra vez: el IPCC pronosticó en 1990 un calentamiento de 0?3 grados por década, pero el registrado desde entonces ha sido de la mitad (datos del UK MetOffice). Se ha profetizado reiteradas veces la rápida fundición de la banquisa ártica: sin embargo, el Ártico no ha perdido hielo desde 2007, y la masa de hielo antártico está aumentando, según estudio de la NASA publicado en el Journal of Glaciology en 2015. También se nos anunciaba en los 90 la desaparición de islas del Pacífico engullidas por el mar, y oleadas de millones de "refugiados climáticos" huyendo de las zonas inundables; pero lo cierto es que el 85% de las islas del Pacífico están aumentando de tamaño, y que, a día de hoy, el número de refugiados térmicos del mundo es de uno: un ciudadano de Kiribati que alegó el apocalipsis climático como causa para pedir asilo en Nueva Zelanda (que, por cierto, le fue denegado). Y es que el nivel del mar sube… a razón de 3 mm. por año desde el siglo XVIII. De mantenerse el ritmo actual de aumento "que no se ha visto afectado por nuestras enormes emisiones de CO2- habrá subido un metro dentro de tres siglos. Supongo que en el año 2.300 tendremos tecnología adecuada para construir diques de un metro (entre otras cosas, porque los holandeses la tienen desde la Edad Media).

Es dudoso también que todo calentamiento deba resultar catastrófico. ¿Quién decretó que la temperatura óptima del planeta era la de 1850? El calentamiento de un grado registrado desde entonces se ha correspondido con una etapa de espectacular avance de la humanidad. Sabemos, por otra parte, que la temperatura fue más alta en otras épocas: durante el "óptimo climático medieval" se cultivaban viñas en el norte de Inglaterra y los escandinavos pudieron prosperar en una Groenlandia en parte libre de hielo, al tiempo que encontraban viñedos silvestres en una latitud muy septentrional de la costa norteamericana (¿Terra Nova?, ¿estuario del San Lorenzo?), a la que llamaron por eso Vinlandia (lean la Saga de Eric el Rojo).

El profesor Richard Tol, de la Universidad de Sussex, se atreve a señalar la temperatura óptima para la humanidad: sería unos 2.2 grados más alta que la actual (nivel de calentamiento que se alcanzaría hacia 2080 según el escenario promedio del IPCC). Por encima de 2.2 grados de subida, los costes excederían a los beneficios. Porque, sí, el aumento de temperatura y de la concentración de CO2 en la atmósfera tiene resultados positivos que el clima-catastrofismo siempre omite: el CO2 tiene un efecto fertilizante que ha ayudado a que se incremente el rendimiento de las cosechas y a que reverdezca buena parte de la superficie de la Tierra (no es cierto que los desiertos estén avanzando). La superficie arbolada de España pasó del 27.6% en 1990 al 36.9% en 2016, según datos del Banco Mundial. El profesor Ranga Myneni, de la Universidad de Boston, ha calculado que la vegetación ha avanzado en el 31% de la superficie del planeta, mientras solo retrocedía en un 3%.

En realidad, la teoría del cambio climático (antropogénico, acelerado y desastroso: estas tres notas aportan el perfil cuestionable a la idea, pues el "cambio" lo admiten todos) se aleja cada vez más de la ciencia para acercarse a la (pseudo)religión. Odio al capitalismo y a la industria, "white guilt" (Greta Thunberg incrimina siempre a Occidente, que está reduciendo sus emisiones de CO2, nunca a China o la India, los emisores incontrolados), nostalgia de Dios y redivinización de la tierra y las fuerzas naturales… son algunos de los ingredientes del cóctel milenarista. Su mantra: "convertíos, plantad huertos solares y andad en coche eléctrico".

La saña con que se anatemiza a cualquier discrepante (¡negacionista!, ¡enemigo del planeta!) confirma el cariz pseudorreligioso del clima-catastrofismo. Por otra parte, el hecho de que ya no se hable de "calentamiento global" sino de un mucho más impreciso "cambio climático" confirma que se está abandonando el terreno de la racionalidad científica. Pues así como la tesis del calentamiento es falsable (resultaría refutada por la bajada o estancamiento de las temperaturas), la del "cambio" no lo es (y la falsabilidad es "recordemos a Popper- la marca distintiva de las teorías científicas). El parlamentario británico David Davies preguntó a una delegación calentológica de la Royal Society cuántos años sin calentamiento serían necesarios para que dieran por invalidada su teoría. Le respondieron que unos 70. Cuando se renuncia a la testabilidad empírica, ya no estamos en el territorio de la ciencia, sino en el de la fe.

La bancarrota de la racionalidad en este asunto queda confirmada por las alternativas propuestas: en el caso español, una apuesta incondicional por las energías renovables (eólica y solar). Ahora bien, la opción "solo renovables" condena a un país al encarecimiento de la energía y a la inseguridad del suministro. Bill Gates, nada sospechoso de "negacionismo", declaró en 2015 a la revista Fortune: "No existe, ni de lejos, una tecnología de baterías que nos permita obtener toda nuestra energía de fuentes renovables y usar la energía almacenada en baterías en los largos periodos de tiempo en que está nublado o no sopla el viento".

Un enfoque racional sobre las emisiones de CO2 y su presunto impacto en el "cambio climático" "asumamos gratia argumentandi que se debe a nuestras emisiones de CO2 y que resultará muy dañino- pondría la lupa sobre el factor que impide aplanar la "intensidad en carbono" (la cantidad de CO2 emitida por unidad de PIB) de la economía mundial. Ese factor no es Europa o Norteamérica, que reducen la intensidad en carbono de sus economías desde hace décadas (la UE es responsable de apenas un 10% de las emisiones mundiales; España, de solo un 0.7%), sino Asia (y, en menor medida, Africa e Hispanoamérica) y su fuerte dependencia de los combustibles fósiles, en especial del carbón, el más tóxico y carbono-intensivo de ellos. El carbón es el combustible del pobre, y el enorme crecimiento económico de China o la India ha sido propulsado, en buena parte, por energía derivada de la quema de carbón (el consumo de carbón en China se dobló en solo cinco años, entre 2001 y 2006; todavía en 2015, el 72% de la generación de electricidad en China procedía de centrales de carbón).

El caso alemán es muy ilustrativo. En reacción demagógica al accidente de 2011 en la central de Fukushima (que no produjo una sola víctima mortal), el Gobierno de Angela Merkel adoptó su Energiewende: cierre progresivo de decenas de centrales nucleares y apuesta por las energías renovables. Pero las energías renovables no estaban maduras para llenar el hueco dejado por la nuclear. Resultado: Alemania ha tenido que volver en parte a las centrales de carbón (además, una variedad especialmente tóxica, el lignito), lo cual explica su alta tasa de emisiones de CO2.

El contraste con Francia y Suecia es muy revelador. Francia (58 gramos/Kwh) emite diez veces menos CO2 que Alemania (560) en la generación de electricidad. Y Suecia, con sus increíbles 13 gramos por Kwh, emite cuarenta veces menos. ¿Qué tienen en común Francia y Suecia? Un mix energético dominado por la energía nuclear. Suecia construyó doce reactores en las décadas de 1970 y 1980; Francia construyó 56. Solo entre 1979 y 1990, Suecia redujo en un 60% sus emisiones de CO2, sin que por eso su economía dejase de crecer. Y Francia tiene la electricidad más barata de Europa.

Los peligros asociados a la energía nuclear han sido desmesurados por partidos ecologistas "sandía" (verdes por fuera, rojos por dentro). Los miles de muertos de Fukushima se debieron al maremoto, no al accidente nuclear, que ocurrió porque no se habían construido diques bastante altos en previsión de un maremoto que pudiese inutilizar los generadores Diesel que alimentan el sistema de refrigeración de los reactores. En realidad, el único accidente nuclear mortal de la historia fue el de Chernóbil en 1986, más debido a la ineficiencia comunista que a la peligrosidad nuclear. Y no hay ninguna fuente de energía totalmente inocua: las baterías necesarias para las energías renovables contienen componentes muy tóxicos; y la quema de combustibles fósiles (la verdadera alternativa a la energía nuclear, como ha mostrado el caso alemán) tiene consecuencias mucho peores para la salud. El número de muertes ocasionados por la quema de carbón (enfermedades pulmonares, etc.) ha sido estimado en 30 por terawatio/hora. El número de muertes producido por la energía nuclear (solo las 4.000 víctimas de Chernóbil) en todo el mundo es de 0.1 por terawatio/hora. El carbón es 300 veces más mortífero que la energía nuclear.

Por lo demás, la energía nuclear no ha dejado de progresar, y los reactores de Chernóbil o Fukushima han sido superados por modelos mucho más sofisticados y seguros. Los reactores de tercera generación ya no dependen de sistemas de refrigeración: en caso de emergencia, se apagan solos. Ya se están construyendo reactores de este tipo: el norteamericano Westinghouse AP1000, o el europeo EPR (European Pressurized Reactor).

¿Y los residuos nucleares? Es un problema resuelto, o al menos en vías de solución. La radioactividad del combustible decae de manera importante tras la inmersión de dos años en piscinas especiales. Después, el material puede ser enterrado, bien en repositorios "provisionales" como el que se iba a construir en Villar de Cañas "paralizado por este Gobierno-, bien en almacenes definitivos como el que se está construyendo en Finlandia: los restos reposarán a 500 metros de profundidad, en sarcófagos de hierro y cobre fundidos mediante un procedimiento especial, en un túnel excavado en roca madre que ha permanecido estable durante 2.000 millones de años, y que no se alterará, prevén los geólogos, en los próximos 100.000, aunque sobrevengan glaciaciones o subidas del nivel del mar.

La energía nuclear produce muy pocos residuos, comparada con las demás. Si producimos con carbón la electricidad consumida en toda su vida por el europeo medio, los residuos pesarán 60.000 kilos. Si la producimos con energía nuclear, los residuos pesarán menos de un kilo.

Pero el Gobierno prevé el cierre de cuatro de los siete reactores nucleares españoles en la década de 2020. Su apuesta es la de Greta Thunberg y el eco-irracionalismo: ni combustibles fósiles ni energía nuclear, solo renovables. Lo pagaremos muy caro. Y todo, para contribuir en un 0.2% a la descarbonización mundial, que no se juega aquí, sino en la sustitución de centrales térmicas por nucleares en China y la India.



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